Se hartó. Se cansó de todo. Hizo las maletas y se marchó. "Ahí os quedáis, ya no aguanto más". Ettore Messina da un portazo de aquellos que hacen temblar los cimientos de toda una institución. No quiere indemnizaciones, sólo volver a respirar y encontrarse consigo mismo. Y es que el Real Madrid se ha convertido en un monstruo que devora todo lo que toca. El Madrid ya no es un club, sino una apisonadora de buenas intenciones, una trituradora de buenos profesionales que salen corriendo en busca de la salvación. El Madrid es un harén de mediocridad, un pozo repleto de pirañas ávidas de protagonismo que velan exclusivamente por sus intereses.
Messina sale huyendo de un manicomio donde nadie sabe lo que quiere, donde el baloncesto es una carga demasiado pesada que nadie desea asumir. Messina escapa de una tela de araña podrida por el paso del tiempo, por la dejadez, la indiferencia y la desidia de los que dicen mandar y presumen de madridismo.
Nadie en veinte años se atrevió a limpiar el polvo. Nadie levantó las alfombras, abrió las ventanas y ventiló el ambiente putrefacto de una sección que deambula sin rumbo fijo. Messina quiso hacerlo. Pero murió en el intento.
Si alguien piensa que esta decisión es fruto de un calentón se equivoca. No lo es. La dimisión lleva tentando al italiano desde el verano. Pero su orgullo, sus ganas de triunfar en la trituradora de los sueños, fueron más potentes. Ni los torpedos de Juan Carlos Sánchez (alias el enemigo en casa), ni los periodistas palmeros que hacen de la desestabilización su razón de ser, pudieron, hasta el momento, con él. Pero todo desgasta demasiado. Sólo cuando el ambiente irrespirable infectó a los jugadores, Messina dijo basta.
Demasiados frentes abiertos. Demasiadas distracciones en el momento clave de la temporada. Demasiado sólo contra los elementos. Felipe, en un estado de forma lamentable, llora en los periódicos. Sergio Llull, demasiado acelerado en todo, desafía a los aficionados. Jorge Garbajosa, vigilante y mirando de reojo, pierde sus últimos momentos como jugador profesional sentado en una silla. Los demás completamente perdidos en un vestuario dividido. Pesic en Valencia ya se frota las manos.
Ni siquiera el estar más cerca que nunca de la Final Four ha alivido las tensiones. Ni siquiera tener en ciernes a la gran esperanza Mirotic ha calmado a los buitres deseosos de carroña.
Se va Messina y se desvanece uno de los proyectos más sólidos que ha tenido el Real Madrid en lustros. Desaparece el único hilo que mantenía a la sección cerca de la élite. Y quien sabe si también acabará desapareciendo la santa paciencia de Florentino Pérez con el baloncesto. Ojo que la moda de las dimisiones no acabe por extenderse hacia otras partes mucho más importantes, en un club repleto de asesores, gurús, pensadores, mandos intermedios, directivos, ejecutivos, que lejos de remar en una misma dirección, enmarañan, confunden y distraen en la consecución de los objetivos finales.
El Real Madrid, tras veinte años en coma, está ya moribundo. Es la consecuencia cuando no se extirpan los tumores que te matan. Pero lo más triste de todo es que parece que a nadie le importe.
Bienvenido Pepu y mucha suerte. La vas a necesitar. Aunque aún no lo sepas, ya casi eres entrenador del Real Madrid.
Arrivederci Ettore. Nadie fracasa cuando lo ha intentado.