
Los Dallas Mavericks no han dado comienzo a su andadura en Orlando de la forma deseada. Después de la derrota sufrida en el partido inaugural ante los Houston Rockets, el equipo dirigido por Rick Carlisle ha sumado un nuevo tropiezo ante un rival mucho menos exigente como son los Phoenix Suns.
Las particularidades de la burbuja no permiten analizar la realidad de una forma fidedigna en un lapso de tiempo tan reducido pero algunos analistas y aficionados no han dudado en poner en duda las capacidades reales del proyecto de los de Texas. No obstante, los Mavericks no han perdido el fuelle. Pero tampoco eran candidatos al anillo. Y mucho menos hay que asimilar estas dos derrotas con preocupación o desidia.
Lo visualizado durante los primeros dos enfrentamientos puede causar una gran frustración a los aficionados de Dallas. Las pérdidas imposibles pueden convertir los vívidos y coloridos reflejos de su equipo en una lejana película en blanco y negro. En el primer duelo, los Mavericks dilapidaron una ventaja de siete puntos con 45 segundos restantes cuando las casas de apuestas y centros de estadística avanzada les daba un 96,6% de posibilidades de vencer. Dos días después, el panorama ante Phoenix siguió un guión similar: una terrible segunda mitad que borró el 94,4% de probabilidades de victoria que paseaban por la pista.
Recae sobre los vencedores el hito de escribir la historia, pero en este caso apenas hemos redactado tres líneas más allá del prólogo. Y resulta frustrante cuando un equipo con unas expectativas tan altas prueba el amargo sabor de la derrota de manera reiterada. Los finales, ese gran enemigo. Los Dallas Mavericks han perdido diez de los doce partidos en los que ha encarado el final del mismo con un resultado apretado.
Perder no es gratificante pero el aprendizaje extraído del mismo supone un agradecimiento futuro, en numerosas ocasiones. Los problemas están muy bien delimitados: dificultad para cerrar los partidos, pasividad defensiva, inconsistencia en los tiros libres, previsibilidad ofensiva e inexperiencia colectiva. No existe una receta mágica para corregir estos problemas. Solo la inercia competitiva y el tan aclamado ensayo-error darán cuenta de ellos. Y unas premisas importantes sobre las que construir este relato: incorporar más talento u obtener mayor experiencia. Lo primero sucede continuamente. Y lo segundo requiere paciencia.
Hace una década hubo un equipo que finalizó la regular season en octava posición pese a haber sumado 50 victorias. Su estadística avanzada y méritos contradecían su clasificación. Y sus principales carencias y debilidades han resultado ser un calco embrionario de los actuales Mavericks. Un equipo que hincó la rodilla en primera ronda ante Los Angeles Lakers, que un año después accedió a Finales de Conferencia y que al siguiente claudicó ante Miami Heat en las Finales de la NBA. Aquellos Thunder contaban entre sus filas con tres futuros MVP de la temporada, Kevin Durant, Russell Westbrook y James Harden, y, pese a sus evidentes diferencias con los actuales Mavericks, presentaban una manera de combatir con ciertos parecidos, apostando a ciegas por el ataque sobre la defensa.
Ambas derrotas presentan un complicado paradigma para los de Rick Carlisle. Salvo que las cosas se tuerzan mucho para unos o se endulcen notablemente para otros, los Luka Doncic, Kristaps Porzingis y compañía medirán sus fuerzas en primera ronda ante los colosos Clippers. Dos partidos separan a los angelinos de los Denver Nuggets, terceros clasificados, mientras que Oklahoma City Thunder aventaja en tres a los Mavericks. Sin apenas emoción ni nada en juego durante los seis partidos restantes, Rick Carlisle puede redirigir su sistema hacia la gestión de minutos y la preparación de los playoffs. No restringir excesivamente el tiempo en pista ante el riesgo de una disminución de la química pero si una limitación suficiente como para que todos los pilares del equipo lleguen frescos para la gran cita.
Así, no importa cuán enojados estén los aficionados con el rendimiento de su equipo. Los jugadores disfrutan. El equipo mejora en contenido, rendimiento y química. Se divierten. Y nosotros, como aficionados, también. Este tipo de partidos sirven para construir todo lo que un equipo necesita para ganar. Bienvenidas sean pues, estas derrotas.