
Seis fueron los anillos que consiguió Michael Jordan y los más recordados, como suele suceder, fueron el primero y el último. Sin embargo, el más especial para el mejor jugador de la historia del baloncesto fue el que consiguió el año siguiente de volver de su primera retirada, el cuarto, el de la temporada 1995/96.
Fue el más especial porque fue el primero que consiguió tras el asesinato de su padre. Porque fue el primero que logró sin su mayor apoyo, sin su mejor amigo, sin el hombre que había estado a su lado toda su vida, ayudándole, empujándole hacia el estrellato. Por eso, tras ganar el sexto partido de las Finales ante los Seattle Supersonics de Gary Payton y compañía y conseguir su cuarto entorchado NBA, Michael Jordan se derrumbó en el suelo del vestuario del United Center. Se derrumbó y comenzó a llorar como un niño pequeño.
The sight of an exhausted Michael Jordan crying on the floor of his Locker Room upon winning the 1996 NBA Championship, the first without his father being alive to see it, sure hit different this time around. #jamesjordan #MichaelJordan pic.twitter.com/tvUf4tMDuq
— Teofilo Colon Jr -- Data Entrepreneur ---- -- -- (@BeingGARIFUNA) May 11, 2020
Ese hombre que sólo había mostrado al mundo rabia, poder, energía desmedida, se disolvió como un azucarillo gracias al amor hacia su progenitor. No pudo evitarlo. Una vez que consiguió el objetivo, volver a ganar tras la retirada, se vino abajo. El llanto, del que podemos ver una buena secuencia en The Last Dance, es sobrecogedor.
Si algo está demostrando el documental de ESPN es que Michael Jordan, es mucho más humano de lo que aparenta. Es un ser extremadamente competitivo, que lo dio todo por ser el mejor y lo consiguió. Que pagó un alto precio por ello, pero que lo pagó encantado y que volvería a hacerlo.