
Ayer vivimos en el Crypto.com Arena (cuánto echa uno de menos escribir Staples) el primer duelo de Luka Doncic frente a Dallas Mavericks. Lo que hace apenas un mes parecía algo imposible se convirtió en pesadilla para algunos (los fans de los Mavs) y en regalo para otros (los fans de Los Angeles Lakers). Los angelinos se llevaron un duelo que tuvo su verdadera importancia en las miradas más que en las canastas. Hubo un par de intercambios durante el duelo entre Nico Harrison y Luka que captaron los fotógrafos y que definieron a la perfección lo que se vivió en LA.
Y es que esto hay que tratarlo como lo que es, como una película de acción de Hollywood una vez que el esloveno ha aterrizado en California. Y no hay dudas de que el chico de Liubliana es el bueno y el malo es el GM de los Mavs, que pasándose por el forro todos los tratados de cómo tratar a una estrella decidió hacer el traspaso más sorprendente de la historia de la NBA para dejar a sus fans hundidos y a su equipo descompuesto y sin líder.
En la peli de ayer vimos a un Doncic eligiendo directamente a los malos: sus compis en los Mavs siguen siendo colegas y los saludó a todos, pero no le vimos acercando a un Jason Kidd que parece más cómodo sin entrenarle y que ni lo nombra en sus ruedas de prensa. Su padre estuvo en la grada saludando a Mark Cuban, por lo que también podemos sacarlo de la lista de malvados pese sus gritos a algunos aficionados hace un par de partidos en Dallas.
Obviamente, todo lo demás se centró en el duelo entre Luka y Nico. Esas miradas, esas flexiones de Luka antes de empezar el duelo con su exGM a unos metros, ese volverse al banquillo tras un canastón en plan 'esto es lo que te pierdes, Nico'.
En fin, que dentro de que Luka Doncic no ha querido hacer daño públicamente hablando mal de nadie, no ha querido echar a los lobos a un Harrison que se ha echado él solito, o los Mavs acaban ganando el anillo este año o la cabeza del bueno de Nico va a rodar más pronto que tarde como en cualquier peli de acción mala de los ochenta donde las historias siempre acaban igual: con victoria del bueno, como anoche.